viernes, 30 de enero de 2009

EL VARON Y SU CUERPO: UNA RELACION COMPLEJA


El ideal patriarcal dice que ocuparse del propio cuerpo es cosa de mujeres. Existe la creencia de que el cuerpo del hombre debe ser resistente a todo, incluso el propio abandono. Como no cuida celosamente el exterior de su cuerpo tampoco cuida lo que no se ve.
De un tiempo a esta parte han surgido nuevas tendencias que motivan al varón a tener un mayor cuidado estético de su apariencia física; las que, en muchos casos, responden paradójicamente al mismo ideario del que huyen: metrosexuales y otras tendencias sostienen a un varón preocupado de su apariencia física, su aspecto exterior, pero los cuidados y estrategias que siguen para lograr ese objetivo son culturalmente reactivos y femeninos.
Suenan más a “¿por qué las mujeres pueden usar cremas y nosotros no?¿por qué ellas pueden teñirse y nosotros no?” que a algo nuevo. En definitiva y por el opuesto, ratifican que no existe una forma de cuidar la apariencia masculina desde la masculinidad misma.
El hombre elegante de la primera mitad del Siglo XX es tal vez el último ejemplo de un cuidado estético que no reniega de la masculinidad; pero está a la vez tan ligado a momentos históricos que la post modernidad quiere olvidar en bloque (sin rescatar las cosas positivas) que recuperarlos crea el fantasma de la retrogresión cultural.
El paradigma Proveedor –Protector – Potente – Procreador, obliga a una actividad tiempo completo, una especie de línea de montaje que nunca pueda parar de producir. Cuando la máquina no puede ser detenida porque está en juego todo el sentido de la fábrica, algunos ruidos de los engranajes no deben ser oídos.
Este mandato incluye un criterio selectivo de malestar clínico que amerita “parar la máquina” y, por sobre todas las cosas, pedir ayuda. Sólo se inscriben en él afecciones invalidantes: fracturas, operaciones quirúrgicas de complejidad media a elevada, episodios cardiovasculares moderados a severos, accidentes cerebrovasculares, cáncer, etc.
En ningún caso se incluye el dolor psíquico ni el malestar espiritual (el hombre debe arreglárselas solo con esto, con “aguante”) ni tampoco afecciones que como “a golpes se hacen los hombres”, su tolerancia se vuelve constitutiva de la masculinidad, tal el caso de lesiones menores, malestares grastrointestinales, contracturas, etc.

Si existe un elemento de su biología, exclusivo de su propio cuerpo, que mejor pone en evidencia este tipo de actitud respecto de la prevención, ése es la glándula prostática. Sólo los varones morimos de cáncer de próstata. Sin embargo, el peor enemigo de esta afección que se lleva a 15 de cada cien mil argentinos varones, es la falta de prevención.
Hay muchos elementos simbólicos agregados al descuido: entre los varones flota un fantasma respecto de los métodos diagnósticos que incluyen el tacto rectal. Es blanco de bromas soeces quien a él se expone. Lo mismo ocurre con el tacto testicular como método de prevención diagnóstica para el cáncer testicular.
Esta actitud implica una irresponsabilidad, no sólo para sí, sino para las viudas y los huérfanos que dejamos: “morir en su ley” no es un argumento suficiente para justificar tamaña desidia.

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